Siempre



Robando derechos de autor :)

Siempre una sonrisa y un consejo a mano. Siempre buena onda, un hombro en el que llorar. Un desagüe por el que se descargan todas las frustraciones, dudas y tristezas de los más cercanos. Siempre una fuerte coraza, una fachada muy bien cuidada. Que nadie vaya a notar esas grietas que surgen desde la misma base, desde los cimientos. Esas grietas que amenazan con derrumbar todo en un abrir y cerrar de ojos. Siempre una respuesta automática. Un “estoy bien” que sacamos de la galera, que lo único que hace es maquillar un “escúchame, por favor”. El sol se esconde y las grietas se vuelven más visibles, pero sólo para uno. Un reflejo en el espejo cada vez más desconocido, una impotencia cada vez más familiar. Excusas, cientos de excusas para evitar enfrentar la realidad. ¿Qué es lo que hace falta para hacer un quiebre? Un antes y un después tan necesario. ¿Cómo cambiar la desconfianza crónica por la esperanza? ¿La impotencia por la posibilidad? Para volver a confiar tenemos que estar dispuestos a ser lastimados otra vez. Es un poco contradictorio eso de estar dispuestos a ser lastimados, pero al fin y al cabo eso es lo que hacemos cuando confiamos. Estamos dejando en las manos de alguien la posibilidad de hacernos muy felices o muy miserables. Al fin y al cabo son las dos caras de la misma moneda. Y para lograr alcanzar la verdadera felicidad, tenemos que arriesgarnos a tirar esa moneda y esperar lo mejor. Pero sabiendo que más allá de todo lo que pueda pasar, podemos superarlo. Somos mucho más fuertes de lo que pensamos. Ya alguna vez me sentí desesperada, con el corazón roto en mil pedazos. Sin una pizca de esperanza, llena de rencor, de bronca, de confusión… pero todo pasó. Con todo esto no estoy diciendo que sea algo fácil o algo que se supera mágicamente. Claro que no, cuesta bastante. Incluso en su momento parece imposible y muy doloroso. Pero el tiempo pasa y hace su trabajo. Ese “siempre” que pensábamos que era eterno, parece que no lo es. Ese dolor que parecía interminable, se termina. Esas lágrimas que parecen una catarata sin fin, se secan por sí solas. Ese intenso rencor fundido en la piel, un buen día cicatriza sin dejar nada atrás más que un recuerdo y una enseñanza. Ese corazón cerrado, tan bloqueado y testarudo, un día empieza a ceder. Se va abriendo de a poco como una puerta. Lentamente dejando entrar un rayo de luz. Permitiéndonos ver el mundo de otra manera y liberándonos de esa tan sufrida oscuridad. Despojándonos al fin de ese velo que nos estaba tapando los ojos por tanto tiempo. Ese ‘siempre’, no dura toda la vida. Quizás algunos ‘siempre’ no son una cuestión del destino, sino que están en nuestras manos.