Corazón cobarde

La tentación de ir corriendo a buscarlo, sin importar las consecuencias. El orgullo que no nos permite hacerlo. El corazón que por momentos parece manejar todas nuestras acciones y que por otros parece congelarse sin saber qué hacer. Nuestra cabeza que analiza y sobre analiza todo lo que sentimos. Que nos frena y nos aleja de lo que realmente queremos. ¿Dónde está ese punto medio? ¿Dónde se traza la línea entre la necesidad de avanzar y el miedo de volver a ser lastimados? Una bipolaridad tan desgastante. Tan consciente por momentos y tan inconsciente por otros. La eterna búsqueda de un culpable. Quizás yo, quizás él, quizás el destino… No lo sé. Tampoco sé si existe la redención y la justicia en estos casos. Lo que sí sé es que todo esto en general se da después de un amor fallido. Ese gran amor que fue y dejó de ser. Ese que nunca pudo ser. Ese que no terminó, pero se marchitó. Diferentes, pero todos nos llevan a lo mismo. Un corazón capaz de arriesgarse se convierte en un corazón cobarde. Un corazón recubierto por una gruesa coraza que nos protege y nos aleja de la realidad. Esa realidad en la que podríamos sentir al máximo, pero también en la que podemos salir lastimados (por segunda o tercera vez). Esa coraza por momentos parece que se quiebra, que nos deja respirar. Pero sigue estando y así nos complica nuestra vida amorosa. Esa pregunta que nos atormenta “¿Qué pasa si me vuelven a hacer lo mismo?” Sin importar la situación, sin importar el momento, sin importar la persona…esa pregunta siempre está. Una pregunta casi retórica, ya que no tiene respuesta. La respuesta más certera sería “nadie sabe lo que pasará mañana, sólo lo sabremos si nos arriesgamos.” Ayy arriesgarse, algo que el día de hoy me suena hasta utópico. En cuanto al amor respecta es algo bastante extremo. Como si nos tiráramos de un precipicio esperando que ese alguien esté ahí esperándonos para atraparnos. Como si fuera algo de vida o muerte. Cara o cruz. Ganar o perder. Y en parte es así, en el amor ganamos o perdemos. Le damos a el otro la oportunidad de hacernos muy felices o muy miserables. Pero, ¿por qué seguimos viendo el vaso vacío? Injusto es tener que vivir con un corazón cobarde, sí. Pero más injusto es hacerle pagar los platos rotos a alguien que no se lo merece. A ese alguien que viene con las mejores intenciones, que sólo nos quiere hacer felices. Sin duda pueden volver a herirnos, incluso es lo más probable. La vida está llena de altibajos, de alegrías y tristezas, momentos de esperanza y momentos de impotencia, de risas y de lágrimas, de oscuridad y de luz, de dudas y de certezas… pero no hay que olvidar que al igual que hay heridas, también hay cicatrices. Una cicatriz no sólo significa dolor, sino superación. Orgullosos tenemos que estar de esas cicatrices, más que avergonzados. Orgullosos porque podemos seguir, podemos caernos y levantarnos. Nuestro corazón está hecho para eso, para sentir a pleno y para sufrir. Para protegernos y para permitirnos arriesgar todo. No hay que temer, somos mucho más fuertes de lo que pensamos. Sólo hace falta mirar en nuestro interior y echarle un vistazo a esas tantas cicatrices. Seguimos de pie, ¿no?