Simple.


Me preguntaste qué me pasaba y no te respondí, no sé qué me pasaba, aunque los dos sabiamos bien que me pasaba. Me abrazaste fuerte y yo te mojé el cuello con mis lágrimas. Y me volviste a preguntar qué me pasaba y yo seguía sin decir cómo me sentia. Solamente sabía que no podía parar de llorar de ninguna manera. Sentí tu respiración en mi oído, y la escuché tan cerca mio que por unos minutos sentí que había vuelto, que estabas ahí, conmigo. Te quedaste ahí, abrazándome, y me dijiste lo que yo necesitaba escuchar. Me dijiste llorá, y yo te hice caso. Lo repetiste, yo seguí. Y mientras seguía llorando sin saber por qué, agradecí en silencio que me dijeras eso, te lo agradecí con un abrazo, y vos tal vez ni siquiera te diste cuenta de mi agradecimiento. Te agradecí no sólo por decirme eso, sino porque el que dice eso sabe que no es la causa del llanto, sabe que no tiene nada de culpa, que es nada mas que llorar y desahogar por sos malos momentos que la vida nos da. 


El que dice llorá está dispuesto a estar ahí. 
Está para abrazar. Está porque quiere estar. 
El que dice llorá sabe acompañar, sabe escuchar, sabe hablar y sabe hacer silencio. 
El que dice llorá entendió. Me entendió. 
Y eso es demasiado